Érase una vez una niña curiosa,
observadora y soñadora,
que brincaba cuando estaba feliz,
y tenía el poder de hacerse invisible cuando algo no le gustaba.
Coleccionaba calcamonías,
papeles de colores,
pinturas,
y bolis con olor a chuche.
Ataba la goma a la ventana en la casa del pueblo,
que sujetaba con una silla,
y no paraba de saltar,
Cleo piso, cleo piso
uno y dos, uno y dos
junto a las playas de Benidorm…
¡Qué recuerdos! ¿Verdad?
Pasó muchos veranos en el pueblo,
con la abuela Florencia,
que tejía por las noches y
así le entró el gusanillo por las agujas
y los hilos de colores.
La abuela Fortunata tejía a ganchillo,
colchas a puntos diminutos,
con cadenetas infinitas
Era hipnótico verla tejer,
convencida de que había algo mágico,
para que de un hilo y un palito,
pudieran salir esos mantos de flores.
La tía Consuelo la enseño a coser,
aprendió a valorar y querer las cosas hechas a mano,
porque nacen desde el corazón.
Imaginativa y risueña,
nunca dejó de crear,
con hilos, telas y pinturas.
y la vida fue pasando,
se fue haciendo mayor
y dejó olvidada la niña que fue.
Hasta que se convirtió en madre,
y maternar le devolvió a su niñez,
a los juegos felices,
las risas,
al asombro por las cosas pequeñas,
a jugar como antes.
¿Te vienes?
A mis abuelas y a mi tía, gracias por enseñarme el valor de las pequeñas cosas.
A mis hijos, gracias por devolverme a la niña que fui.
Todas las personas grandes han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan. Antonie de Saint-Exupéry, El Principito.